Por Milena Carranza Valcárcel
Escrito para la revista Something We Africans Got - SWAG #10
Publicado en francés por Little Africa: Lire ici
Fotos: Mara Sánchez Renero Serie "El cimarrón y su fandango"
La historia de África y de América, tal y como la conocemos ahora, no existiría la una sin la otra. Es increíble cómo un puñado de españoles cambiaron el rumbo de la historia para siempre y sin imaginárselo. Mientras en África Mansa Musa seguía siendo el rey más rico que el mundo ha visto, en lo que ahora conocemos como América, en el actual México, los mexicas acordaban la Triple Alianza, conformándose en el que sería el futuro gran Imperio Azteca. En el otro extremo, en el actual Perú, le rendían tributo al sol los Incas, quienes lograron luego tener el imperio más grande del continente, el del Tahuantinsuyo, que reunía parte de lo que hoy es Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina.
Estos dos puntos, en Norteamérica y Sudamérica respectivamente, los más poderosos de su época, fueron después lógicamente los dos centros principales de la colonia española. Ambos imperios vieron a los españoles llegar y cayeron a manos de ellos, y fueron repoblados luego, junto a todo el continente, de africanos subsaharianos, los mismos que reconfigurarían la identidad de esta tierra de formas inesperadas.
“México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” – Palabras del presidente Porfirio Díaz, convertidas en dicho popular.
Cuando en Europa se habla de la diáspora africana se suele hacer referencia a los migrantes que han llegado en los últimos tiempos. Si vamos más allá, aquello que predomina en el imaginario popular es la gran influencia de la cultura negra de los Estados Unidos y generalmente se conoce un poco de Haití, Brasil o Cuba. Pero cuando en Latinoamérica hablamos de “diáspora” nos referimos a todos los afrodescendientes en el continente americano, desde Canadá hasta Chile, del Pacífico al Atlántico. Sin embargo, esa huella indeleble y profundamente viva no es del todo conocida ni siquiera por los mismos países latinoamericanos, ni por Estados Unidos o Europa, y mucho menos por África.
Y cuando en el mundo se habla de Latinoamérica lo primero en lo que se piensa generalmente es en México. Ícono de la América indígena, que además cobra revuelo por su historia ligada al país más poderoso del mundo, su vecino. Pero a nadie se le ocurre que la tierra del maíz, del xocolatl, de calendarios perfectos y majestuosas pirámides, del dios serpiente emplumada Quetzalcoatl, de los murales de obreros y líderes sociales que debieron cambiar el rumbo de la patria, de Frida y de exiliados con nuevo hogar, de Buñuel y Chiapas, de tequilas, narcos y mariachis, lleva también en sus orígenes, los de aquella nueva identidad mestiza forjada a la luz de la destrucción, sangre africana. Sangre mandinga, congo, wolof, biafra, bran, zape, banyun, berbesi, guinea, agbenyau, manicongo, terra nova… desgajando minas y sembríos mexicas para los reyes de España.
Entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII, ciudades como Taxco tenían una población 70% africana. Según datos oficiales, diez millones de africanos en promedio fueron llevados a habitar el continente de los “indios”. A México fueron llevados entre 250 000 y 400 000, asentándose en el sur en los actuales estados de Guerrero, Oaxaca y Veracruz. En ese entonces se trataba de nada menos que del virreinato de Nueva España, luego declarado oficialmente como los Estados Unidos Mexicanos gracias a la Independencia.
Casi 400 años después, en el 2018 apenas, el Senado aprueba la Ley del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, que le otorga plenos derechos constitucionales al Pueblo afromexicano. Aunque la abolición de la esclavitud se haya firmado 197 años antes, en 1821. Actualmente son 1.4 millones los afromexicanos que se reconocen como tal, el 1.16% de la población total del país.
“La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque le falta, alitas para volar” - Canción popular de origen afromexicano.
El camino ha sido más que árido. Todo este periodo de la historia ha estado marcado por incontables rebeliones e intentos de revolución. En México, Nyanga, esclavizado de origen gabonés, logró lo imposible: conformar un palenque -comunidades de esclavizados que huían para liberarse, llamados cimarrones- que, a pesar de la gran lucha por destruirlo, llega a ser declarado con el tiempo como libre e independiente por el mismísimo Virrey. Pasa así a ser la comunidad de San Lorenzo de los Negros en 1630. Hoy en día el pueblo lleva su nombre y su estatua la siguiente inscripción “Yanga, negro africano, precursor de la libertad de los negros y fundó este pueblo”. En Brasil, el icónico Zumbi dos Palmares no corrió la misma suerte. El quilombo que lideraba (como se llaman allá a los palenques), el más grande del país, fue destruido y él mismo asesinado, después de casi 130 años de sobrevivencia.
La mayoría de revueltas terminaron muy mal. Los patrones tenían armas de fuego y ellos no. Pero sobre todo tuvieron a la Santa Inquisición. Como eje transversal de la dominación fue usada la fe, a cargo de la Iglesia católica, presta a extirpar idolatrías. Y si bien se esforzó bastante en lograrlo, los países latinoamericanos actualmente son de los más católicos en el mundo, lo interesante es cómo la historia demuestra que eso que somos no puede ser completamente borrado, que puede difuminarse pero que lo esencial se transforma, no se pierde, se amalgama, sincretizándose.
Así fueron naciendo nuevos credos, nuevos santos, nuevas danzas, nuevos cantos y tradiciones. La mayoría forma parte ahora del folclor de cada pueblo y muchas han sido ya declaradas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Por ejemplo, las numerosas danzas de Diablos o Diablitos. En México la danza de los Diablos de la Boquilla de Chicometepec nace como ritual para superar las condiciones de esclavitud de los náufragos de un barco negrero en sus costas. Otras nacieron como parte de la ceremonia católica del Corpus Cristi, y aunque los diablos no fueron ellos, los africanos fueron obligados a representarlos, dando fruto a los Diablos Danzantes del Naiguatá en Venezuela o al Son de los Diablos en Perú.
Uno de los casos más impresionantes es el del legado del pueblo Yoruba, uno de los últimos en ser esclavizados, original de los actuales Nigeria y Benín. A pesar de todo lo sufrido, su espiritualidad se mantiene viva, principalmente en países como Brasil, Cuba y Trinidad y Tobago, y con ella sus cantos, danzas, ritos y valores. Y aunque las prohibiciones y prejuicios la transformaron, y cada divinidad tuvo que identificarse en secreto con un santo católico, hoy en día esta fe no hace más que crecer y atravesarlo todo, especialmente desde el arte, peculiarmente impulsada por ejemplo por la timba en las últimas décadas, más conocida como salsa cubana. Siendo la "salsa" otra de las hijas que Cuba parió gracias a su africanía y que tanto ha influido al mundo entero -originalmente "son cubano" bautizado luego como "salsa" en Estados Unidos-. Así como la batucada, de Brasil, cuya versión más conocida para el carnaval lleva el toque religioso para Oxum -el que hace el agogô- (en Cuba “Oshún” y en Nigeria “Òşun”), la diosa de la femineidad. Lo increíble es que cuando muchos la danzan no son conscientes de que están bailando para una diosa de un río de Nigeria que llegó en barco con la esclavización.
A Brasil incluso han llegado grandes líderes espirituales desde Nigeria -en donde esta tradición es fuertemente discriminada y pierde territorio debido a la influencia católica y musulmana-, como el Ooni -rey- de Ife en el 2018, para hacer intercambios sin precedentes con las comunidades religiosas de Salvador de Bahía o Rio de Janeiro. Estamos ante un fenómeno revolucionario que ha sido y sigue siendo una influencia clave para la identificación de millones de personas con esas raíces perdidas, tanto así que hasta Beyonce emuló a Oshún, en su videoclip “Lemonade” y en el Grammy Award 2017, como símbolo del empoderamiento femenino y del retorno a su espiritualidad ancestral.
“Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar” - Frida Kahlo
Nuestras identidades cambiaron radicalmente en el punto de no retorno y al mando de tres carabelas. No es posible entender el continente americano sin la diáspora africana, ni cada población afrodescendiente de cada país de América fuera del contexto de la diáspora. Sin embargo, seguimos buscándonos y encontrándonos. Es bastante significativo que ni siquiera hayamos podido autodenominarnos. “América” viene de Américo Vespucio, en homenaje a este italiano que tuviera un rol protagónico en la conquista del mal llamado “nuevo mundo”. Y “América Latina” se refiere a los países americanos en donde se hablan las lenguas europeas con raíz en el latín, español y portugués. Irónicamente podemos decir que nosotros no somos romanos, sin embargo hoy en día somos conocidos como los “latinos”.
Sacándole justamente la vuelta a este término se inscribe un potente movimiento cultural que ha empezado a emerger con fuerza en los últimos años, el “Afrolatino”, sumando iniciativas individuales, colectivas e institucionales, dándole nombre a esta doble identidad no comprendida. En el 2012 se realiza por ejemplo la importante exposición “Afrolatinos” en el Museo de Arte de Caguas en Puerto Rico, gracias al marco que diera la ONU al conmemorar el 2011 como el año de los Afrodescendientes, y desde hace ya siete años el Afro-Latino Festival de Nueva York viene compartiendo lo mejor de la escena musical afrolatinoamericana en Estados Unidos, promoviendo el sentido de comunidad.
Se refresca así, y se reivindica, un debate identitario que, en Latinoamérica, gira principalmente en torno a la problemática indígena y mestiza. La discriminación es tan insólita que lo afro ha tenido que vivir incluso relegado por no ser población originaria y siempre bajo el estigma de lo “folklórico”, sin que se haya valorado realmente que con sus manos se han construido también nuestras naciones, con su sabiduría se reformularon nuestras culturas y que su sangre corre en todas nuestras venas.
La ONU declaró además el Decenio Internacional de los Afrodescendientes del 2015 al 2024, exhortando así a los gobiernos a llevar a cabo acciones favorables para el desarrollo de sus poblaciones afro, que generalmente viven con altos índices de pobreza y oprimidas por todos los factores históricos respectivos. Y aunque existen grandes iniciativas como estas, lo que se viene logrando a nivel político va lento. Pero desde donde indefectiblemente se sigue transmutando todo es desde el arte.
En el arte siempre podemos confiar, ese que poco a poco va develando la verdad, que en este caso habla de realidades coexistentes que, teniéndose como referente idílico y lejano, no han unido aún lazos concretos en sus cotidianos, mucho más hermanados de lo que imaginan. Como la película “La Negrada”, recién estrenada el año 2018, que ha causado revuelo en el mundo entero por dar a conocer lo inimaginado: hay afrodescendientes en México. Claro, hay afrodescendientes en toda Latinoamérica. Latinoamérica es también africana.
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